El sinuoso viaje de la sanación y renacer después de perder un ser amado, un sueño o algo valioso.
A diferencia de la conversación actual que se centra en todo lo que el 2020 nos arrebató, para mí el 2019 fue un año de pérdidas con costos incalculables y daños irreparables. Así que imagínense mi sorpresa al ver que el 2020 no iba a ser necesariamente una brisa de aire fresco. Creo que el 2019 me costó mucho más lágrimas y eso que se supone que en el 2020 iba a ser nuestra boda.
Esta parte de mí no la he compartido en redes porque tengo una relación complejísima con esa parte de mi vida; genera sentimientos de vergüenza, vacío, dudas existenciales, resentimiento, abandono.
Aunque es algo que he trabajado muchísimo, había sido muy duro compartir mi sentir, hasta ahora. Casi dos años después, con mucha terapia, cursos de tanatología, reflexiones y escritos, por fin creo que puedo compartir algo que le sirva a los que se sientan en el lugar en el que yo estaba hace tiempo.
Hoy me encontré en mi libreta de pensamientos (también conocida como la presa que contiene toda mi diarrea verbal) un escrito que hice el 27 de Febrero del 2020. Un punto en el que sentí que había encontrado un sentido a todo lo que había sucedido el año anterior.
Para dar un poco de contexto, en el 2019 yo estaba viviendo eso que ya he contado en otras entradas del blog, que es ese punto de ebullición en el que necesito salirme del molde en el que estoy viviendo: constructos sociales, trabajos "formales" y de rigor corporativo, burnout excesivo.
Me encontraba totalmente falta de motivación, con una sensación de derrota asfixiante en mi trabajo y con la certeza de que el mundo debía tener más que ofrecer para idealistas como yo.
Revolucionada por ese hartazgo me moví con la fuerza de un océano para conseguir un trabajo que me inspirara.
Entonces se me ocurrió aplicar a un empleo en una escuela que visité en el 2017 en Nueva York cuyo modelo de enseñanza era un sueño hecho realidad. Solo pensar en la posibilidad de vivir en la ciudad más icónica del mundo hacía que se me hiciera agua la boca. Escribí a un contacto que tenía en esa escuela y
las cosas se movieron a mi favor como si fuera el mismísimo destino el que me quisiera tener allá.
Un correo llevó a otro, luego una entrevista, y en cuestión de 3 meses tenía una oferta y un contrato en la mano. Cuando ya estaba buscando dónde vivir, desechando ropa que seguro no me cabría en mi diminuto departamento, y revisando vuelos, se revienta la burbuja: Visa denegada. La visa que tramité no aplica para el tipo de trabajo que me estaban ofreciendo, no había ninguna otra que funcionara.
La escuela no podía hacer nada por mí y la misma persona que me había dicho "Bienvenida a la familia" se despidió de mí con un amargo y agridulce: "Recuerda que cuando puedas averiguar cómo venir, tienes un lugar aquí."
El impacto mental, emocional, espiritual y físico que esto tuvo en mí fue como si hubieran demolido las Torres Gemelas encima de mí. Todas las ideas que me habían inyectado vida en medio del caos se esfumaron como neblina entre los dedos.
Los pensamientos de "Soy un activo valioso a nivel mundial" fueron reemplazados por "Soy desechable y prescindible"; "¡Me voy a New York!" por "y ahora ¿cómo explico que me quedo?".
Me daba una vergüenza grotesca imaginar volver a toparme a las personas a las que les había contado. "Qué patético caso" imaginaba que pensarían.
La idea de la lástima que recibiría me hacía sentir náuseas. Y el hecho de tener que quedarme en mi trabajo me deprimía y me hacía sentir prisionera de mi propia vida.
Días después de ese desgarrador momento, me comprometí con el hombre de mis sueños y la alegría y al confusión me invadían porque no podía procesar todo lo que estaba pasando. Decidí aferrarme a la alegría para enmudecer el dolor.
Un mes después de empezar a soñar con el momento de unir nuestras vidas rodeados del amor de nuestras familias, mi cuñada, que llevaba años peleando una batalla durísima contra la Leucemia, se entregó a los brazos de Padre y nos despedimos de su cuerpo terrenal.
No había lugar para la felicidad ni la luz. Y no lo hubo por meses. Caminaba por mi realidad como si fuera un fantasma que nunca cerró sus asuntos y se queda deambulando por esta vida; rumeando constantemente los "hubieras" y lo que pudo ser diferente.
De ahí el valor de encontrarme este escrito que hice 6 meses después de todo ese periodo oscuro y nublado. Espero que pueda traerte un poco de esperanza. A mí me trajo lágrimas a los ojos y ganas de abrazar a esa Anii que había logrado tanto en ese momento y que no tenía idea de que iban a seguir viniendo pruebas durísimas. Sobretodo tomando en cuenta que es la misma Anii que estuvo meses peleada con Dios, con la vida, con el mundo, con New York. Pero también me trajo un abrazo al presente porque ahí puedo ver lo que mi corazón estaba cocinando (sin saber) para el día de hoy.
La pérdida es un camino de autodescubrimiento.
Perder no solo te enseña el valor de lo que se ha perdido; sino que te enseña tu propio valor. Es sólo cuando algo amado se nos arrebata cuando entendemos lo que somos capaces de soportar.
Esto no significa que debemos esperar como se espera a que una bomba explote después de cierto tiempo a que lo que amamos se vaya; pero sí significa que la vida nos dará esa lección al menos una vez.
No es un castigo divino, ni un torcido juego del destino. La vida solo es. Aprendí esa lección por las malas: perdiendo.
En un año se puede perder tanto que terminas cuestionando si te perdiste a ti mismo. Pero, si tienes la valentía de preguntar quién queda ahí dentro, te puede sorprender lo que encuentres.
"¿Cómo se va esta sombra de mí?" Fue mi primera pregunta. Pero la respuesta a eso no vendrá de quien escucha la pregunta.
"¿Cómo vuelvo a ser yo?" vino después. Cuando se pierde algo amado no se vuelve a ser pre-pérdida. No funciona así. Pues ya no se es ese que fue. Ahora se debe ser quien será.
"¿Así será con todo?" Llegó dando azotes a la puerta de mis pensamientos. "¿Qué sigue?" "¿Cuándo llegará?". Le siguieron corriendo.
Hasta que en medio del caos, entró como un trueno desgarrador "¿Cómo voy a blindarme?"
Silencio. Terror. Silencio.
La pregunta de la traición. La que ha dejado a miles buscando la salida del laberinto de la ansiedad. La que te deja solo.
Esa pregunta se enfrenta de la mano de alguien. Se necesita humildad para reconocer esa carencia y buscar ayuda. Eso hice. Y entonces, se recogen los pedazos del suelo con amor y paciencia y se elige el siguiente paso.
Ese paso es casi a ciegas pues el dolor sigue nublando el horizonte, pero cualquier paso hacia adelanta ya es movimiento.
Entonces entra el experto. El sabio. El que ha visto, ve y verá todo pasar frente a él:
El tiempo toma tus piezas y se las lleva a su taller. Mientras tú te ocupas de sobrevivir UN DÍA A LA VEZ, él en su taller tiene todas tus piezas y, como puede, las restaura un poco y hace suyo el proyecto de tu transformación.
El sabio tiempo pone todo en su lugar y bautiza este nuevo ser que ahora se atreve a mirar hacia atrás y reconocer por primera vez la grandeza que hubo en levantarte para salvar lo que queda de ti. Y es entonces cuando se comprende que la fuerza sobrenatural que arrastró a ese ser con brutales golpes y lo que parecían interminables rezagos ahora es parte de su identidad.
Ya no es necesario implorar por fuerzas entre lágrimas nocturnas. Ya no hace falta vivir los días esperando que se termine pronto el del presente. Pronto se puede volver a anhelar el mañana sin dejar de creer en el hoy.
Luego, en un susurro casi imperceptible (tanto que a muchos se les ha escapado) se escucha la voz que dice: "¿Ves esto?, tú lo hiciste. Hoy eres más grande, más fuerte, mas valiente y más humano que antes. ¿Estás listo para lo que sigue?..."
Cierro los ojos. Respiro. Confío. Salto.
Les comparto algunas imágenes de los diferentes medios en los que trabajé esa situación tan compleja, mi lista de pendientes de New York que nunca pude abordar, mi ejercicio ABC de terapia, mis ejercicios del taller de Cierre de Círculos y Pérdidas Emocionales, el layout de la semana de mi journal en la que pasó todo y el escrito 6 meses después. Todo esto fue real aunque se siente como si hubiera sido en otra vida, pero estos son los recuerdos de cada pequeña victoria que me trajo hasta el día de hoy. Por eso lo comparto. Para que recuerdes que, aunque todo parezca oscuro, hay pedacitos de luz que vas dejando en el camino que te lleva a crecer. Si pones atención vas a darte cuenta de que hoy estás escribiendo la historia de la persona que será mejor mañana.
Gracias Anii del pasado porque quererte lo suficiente para pelear por tu bienestar. Gracias por ese abrazo a la Anii del presente.
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